“Nos
fundimos en un abrazo interminable, pero cuando busqué sus labios, Julián se
retiró y bajó la mirada. Cerré la puerta y, tomando a Julián de la mano, le
guié hasta el dormitorio. Nos tendimos en el lecho, abrazados en silencio.
Atardecía y las sombras del piso ardían en púrpura. Se escucharon disparos
aislados a lo lejos, como todas las noches desde que había empezado la guerra.
Julián lloraba sobre mi pecho y sentí que me invadía un cansancio que escapaba
a las palabras. Más tarde, caída la noche, nuestros labios se encontraron y al
amparo de aquella oscuridad urgente nos desprendimos de aquellas ropas que
olían a miedo y a muerte. Quise recordar a Miquel, pero el fuego de aquellas
manos en mi vientre me robó la vergüenza y el dolor. Quise perderme en ellos y
no regresar, aun sabiendo que al amanecer, exhaustos y quizá enfermos de
desprecio, no podríamos mirarnos a los ojos sin preguntarnos en quién nos
habíamos convertido”.
La sombra del
viento,
Carlos Ruiz Zafón.
Carlos Ruiz Zafón.
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