11/9/13

El ascensor [+18]




 Nunca sabes cuándo es tu día de suerte,
ni cuándo la musa te va a lanzar un guiño desde el otro lado de la calle.
Por eso siempre hay que tener un As bajo la falda y un condón en la cartera.



            Los tacones de Monique se le antojaban pequeñas agujas clavándose en su frío corazón. Charles caminaba un par de pasos por detrás de ella como un centinela que no quitaba ojo de sus posaderas. La mujer llevaba un elegante traje de chaqueta y falda con medias negras y aquellos malditos tacones que se reían de él a carcajadas. Su pelo recogido en un moño pedía a gritos que alguien se lo revolviese.

            Monique se detuvo frente a las puertas del ascensor y esperó; podía ver el rostro de Charles en su reflejo y, pese a vago y difuso, sus pensamientos parecían escritos con rotulador permanente en los ojos viciosos. La mujer evitó su mirada y la clavó en la luz del ascensor que bajaba. Podían escuchar el mecanismo del aparato acercándose al último piso del edificio. A Monique se le antojaba un salvavidas; a Charles, una fantasía por cumplir. Las puertas se abrieron y Monique entró casi al galope, pero él se tomó su tiempo en hacer que se percataba de su realidad y pasar al interior. Con un metálico jadeo, las puertas se cerraron y el ascensor emprendió un vuelo hasta la sexta planta. Estaban encerrados en apenas dos metros cuadrados, con un espejo a sus espaldas y los recuerdos a flor de piel. El silencio alimentaba los miedos de Monique y el deseo de Charles que, pese a todo, se mantenía serio y distante, como era costumbre. La mujer alzó su mirada vacilante hasta él unos instantes con intención de articular palabra, pero al ver que él parecía ignorar su presencia, volvió a desviar sus ojos hasta los botones iluminados del ascensor. Segunda planta.

—Aquello fue un error —dijo de repente Monique, con un extraño atisbo de duda en su voz que sirvió para que la polla de Charles ardiese un segundo bajo los vaqueros —. No estuvo bien, no fue ético. Quiero olvidarlo pero necesito tu silencio. 

            Los ojos de Charles se volvieron hacia ella lenta y dolorosamente y, cuando quiso hablar, una sonrisa lobuna se dibujó en sus labios.

—No te creo.

— ¿Cómo?

            El brazo de Charles cortó el aire ante los ojos incrédulos de Monique y activó el botón de Stop. El ascensor se detuvo en el aire con un sonido replicante. Todo sucedió demasiado deprisa como para que la cabeza de la mujer pudiese asimilarlo. Charles la tomó por los brazos y la hizo girarse para encararla con su propio reflejo. Emitió un pequeño grito, y el hombre le cubrió la boca con una mano mientras con la otra le rodeaba a la altura de la cintura para inmovilizarla. Estaba totalmente pegado a su espalda, y ella pudo notar el ya excitado miembro de su cuñado entre las nalgas.

—Mírate —dijo Charles, quien tenía los ojos clavados en los asustados de Monique —. Mira tu reflejo. ¿Te reconoces? Esta no eres tú, estás envuelta en complejos inexistentes, en normas morales vacías y en una vida que no es la tuya.

            La respiración de Monique era acelerada pero ya no sentía miedo, tan sólo pudor porque Charles había encontrado unos pensamientos que había guardado en lo más oscuro de su cabeza. Compartieron una intensa mirada. Charles poco a poco aflojó el amarre de su brazo y pasó a acariciar la cintura de Monique con mimo mientras apoyaba la mejilla sobre sus cabellos.

—Quítate esa máscara. Para mí, por mí…

            Los ojos de la mujer no se separaban de su reflejo mientras Charles emprendía un lento recorrido con sus labios húmedos desde el lóbulo de su oreja hasta el inicio de su chaqueta, dejando un reguero de besos por el cuello pálido de Monique. Un tímido gemido emergió de los labios femeninos que terminó por romper la jaula donde aullaba el lobo de Charles. La hizo voltearse con violencia y sus bocas se unieron en un beso con complejo de huracán. Aún era una Monique tímida y devota que no sabía dónde posar sus manos temblorosas cuando las de Charles ya se habían tomado todas las licencias y su lengua recorría la boca de la mujer como una fiera hambrienta. La cabeza de Monique daba vuelta alrededor de los fluorescentes que parpadeaban sobre ellos. Charles la pegó a sí hasta que no quedaba aire entre ellos y la acorraló contra uno de los lados del ascensor. Su boca se deshacía en cuidados en el cuello de Monique. La mujer alzó un brazo y, ante la sonrisa pícara de Charles, dejó su melena suelta sobre los hombros. Compartieron una mirada cómplice. Ahora sí era ella.

            Esta vez fue Monique la que buscó su boca con anhelo y desesperación, ansiaba la pasión que no le había dado nunca su marido que, estuviera donde estuviese, no imaginaría en qué dulces actividades invertía el tiempo su querida esposa. Charles estaba fuera de control y arrancó los botones de su chaqueta mientras ella le ayudaba a tirarla por el suelo. Los pechos de Monique se dibujaban al otro lado de la camisa blanca, sin sujetador. Aquello hizo que Charles gruñese de lujuria y que ella sonriese victoriosa. La vida también tiene sus propias cartas escondidas y había usado su último comodín para que aquella mañana Monique pensase que iba a estar más cómoda así. Charles desabrochó los botones y se lanzó a lamer sus pezones erectos con necesidad mientras sus manos remangaban la falda hasta su cintura. Sobraban palabras y les faltaba el aire, cada vez más viciado.

—Gimes como una gata en celo —susurró con un pezón rozándole los labios, la miraba desde abajo con aquella sonrisa lobuna.

            Monique intentó decir algo pero no pudo, porque una de las manos de Charles se había colado bajo la falda y le arrancaba las medias para llegar a sus bragas empapadas. Él sonreía con aires de empresario triunfador mientras sus ojos gritaban “todo esto es para mí”. Con una lentitud dolorosa, el hombre se incorporó de nuevo pero sin separar su mano de la entrepierna de Monique. Se pegó más a ella, con la boca a escasos centímetros y un dedo travieso colándose en el interior de sus braguitas. Su sonrisa se hizo más amplia cuando comprobó que el charco era real y que estaba empapada para él. Los ojos de Monique le pedían más con una timidez que hacía arder el miembro de Charles en sus vaqueros. Con la mano libre la tomó de los cabellos y le echó hacia atrás la cabeza de un suave aunque imperante tirón; su lengua recorría el cuello expuesto de Monique lentamente mientras la masturbaba con lujuria. La mujer se revolvía entre sus brazos, y supo con certeza que era la primera vez que la tocaban así. Hundió un par de dedos en su cálida cueva y Monique dio un ligero brinco sin esperárselo, pero Charles era un experto con las manos y supo cobijarla con más mimos por su oreja para que se dejase hacer. Al cabo de un minuto la mujer ya jadeaba con violencia y sin pudor, con los dedos de Charles entrando y saliendo de su empapado sexo.

            De repente las manos de Monique se aventuraron al enorme bulto que se dibujaba en los pantalones de Charles. El hombre, entre aturdido y sorprendido, se separó ligeramente. Quizá ya era hora de dejarla tomar la iniciativa. Los movimientos de la mujer eran sutiles y sensuales, la convertían aún más en un objeto de deseo para sus lobunos ojos. Con la punta de su lengua recorrió la piel de su cuello mientras le desabrochaba la camisa, incluso se aventuró a mordisquear su nuez. Charles emitió un profundo gemido cuando la vio agacharse poco a poco hasta que su rostro quedó a la altura de su excitadísimo miembro. El sonido de la cremallera descendiendo se le antojó una dulce melodía, y Monique terminó por quitarle los pantalones. Acercó el rostro a sus bóxers y con la boca abarcó su sexo por encima de la tela. Bonita predicción. Charles acarició el pelo enredado de Monique mientras ésta bajaba del todo su ropa interior y ante ella se izaba una sublime erección que comenzaba a ser dolorosa. Un par de gotas se deslizaban en la punta y su lengua las recogió con una lentitud que asesinaba. Se hacía de rogar, y Monique poseía unas dotes de sensualidad que ni ella misma conocía. Hundió su boca en ella lentamente hasta que rozó el final de su garganta, y Charles se sintió morir. Se ayudaba con la mano, pero no le hacía falta. Su lengua jugueteaba con el miembro cuando aún lo tenía en su boca y, aunque improvisando, parecía una experta.

            Habían perdido la noción del tiempo e incluso del espacio, cualquier sitio les hubiera servido para apagar el incendio que se habían estado provocando mutuamente hacía bastante tiempo, quizá sin que ninguno de los dos lo supiese o quisiese percatarse de ello. Unos golpes en la puerta del ascensor por encima de sus cabezas les sacaron del trance. Monique abrió los ojos súbitamente, de repente el temor asoló su pecho y se incorporó con intenciones de vestirse antes de que aquel vecino impaciente alertase a alguien. Sin embargo Charles no estaba por la labor y la empotró de nuevo contra una de las paredes. Con las manos atrapó los muslos de Monique y la penetró hasta el fondo con violencia. La mujer emitió un pequeño grito de dolor aunque la polla de Charles resbalaba lo suficiente como para entrar sin ningún problema, pero aún tenía el miedo anudado en la garganta. Aún así el morbo y la pasión pudieron con ella y entrelazó las piernas en su cintura. Sus embestidas iban seguidas por profundos gemidos de los dos, gotas de sudor caían por las sienes de Charles cuyas fauces devoraban el cuello de Monique. Los pechos de la mujer botaban con cada movimiento y los pezones erectos acariciaban el torso desnudo de Charles. Monique volvió el rostro a un lado y se observó en el espejo, semidesnuda y empapada en flujo y sudor ante las fieras embestidas de su cuñado. Un par de movimientos más y ambos se corrieron entre jadeos ahogados y el sonido de sus entrepiernas al chocar entre fluidos. 

            Cuando recuperaron el aliento, se vistieron en silencio y pusieron la cabina en marcha. Al salir el ascensor olía a sexo y los fluorescentes parpadeaban, testigos atónitos.

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