Se mata sin pensar, bien probado lo
tengo; a veces, sin querer. Se odia, se odia intensamente, ferozmente, y se
abre la navaja, y con ella bien abierta se llega, descalzo, hasta la cama donde
duerme el enemigo. Es de noche, pero por la ventana entra el claror de la luna;
se ve bien. Sobre la cama está echado el muerto, el que va a ser el muerto. Uno
lo mira; lo oye respirar; no se mueve, está quieto como si nada fuera a pasar.
Como la alcoba es vieja, los muebles nos asustan con su crujir que puede
despertarlo, que a lo mejor había de precipitar las puñaladas. El enemigo levanta
un poco el embozo y se da la vuelta: sigue dormido. Su cuerpo abulta mucho; la
ropa engaña. Uno se acerca cautelosamente; lo toca con la mano con cuidado.
Está dormido, bien dormido; ni se había de enterar...
Pero no se puede matar así; es de
asesinos. Y uno piensa volver sobre sus pasos, desandar lo ya andado... No; no
es posible. Todo está muy pensado; es un instante, un corto instante y
después...
Pero tampoco es posible volverse atrás.
El día llegará y en el día no podríamos aguantar su mirada, esa mirada que en
nosotros se clavará aún sin creerlo.
Habrá que huír; que huír lejos del
pueblo, donde nadie nos conozca, donde podamos empezar a odiar con odios
nuevos. El odio tarda años en incubar; uno ya no es un niño y cuando el odio
crezca y nos ahogue los pulsos, nuestra vida se irá. El corazón no albergará
más hiel y ya estos brazos, sin fuerza, caerán…
Camilo José Cela,
La familia de Pascual Duarte.
La familia de Pascual Duarte.
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