La
musa, hambrienta, lamía su sexo como una gata en celo. El cuerpo de la mujer
bajo ella se contorsionaba con súbitos espasmos, rozando el orgasmo. Con una
mano la aferraba de la cabellera negra para que no parase, hundiéndola más
contra sí; con la otra, escribía en un papel arrugado sobre el lecho, a su
lado.
Se
corrió, y cuando lo hizo dejó caer la mano, dibujando una larga e imperfecta
línea que nacía de un punto y final. Al abrir los ojos la musa ya no estaba
allí. En su lugar tenía un poema mal escrito y la mano en su húmeda
entrepierna.
“La
muy puta”, pensó.
Se deshizo del pudor
ResponderEliminaracariciando lo que un día
fue un deseo inconsumible
de placer.
Se deshizo del recuerdo
de las manos que jamás
la tocaron como su cuerpo
reclamaba.
Se deshizo del límite
que apenas la paraba
ante el gemido
más profundo.
Se deshizo de los labios
que solamente en sueños
la hicieron suspirar.
Y sonrió
_empipat