A veces me siento muy solo, pero
intento afrontar la vida con ánimo. Al igual que todas las mañanas tú cuidas de
las aves del gallinero y trabajas en el campo, yo me doy cuerda a mí mismo.
Antes de saltar de la cama, lavarme los dientes, afeitarme, desayunar,
vestirme, salir de la residencia y llegar a la universidad, ya he dado treinta
y seis vueltas a la clavija. Me digo a mí mismo: "¡Vamos! Hoy empieza otro
día. ¡Ánimo!". No me había dado cuenta de que hablo mucho solo. Puede que,
mientras me doy cuerda, no pare de murmurar todo el tiempo.
Es amargo no poder verte, pero, si
tú desaparecieras, mi vida en Tokio sería mucho más dura todavía. Es pensando
en ti, por las mañanas, en la cama, como me decido a darme cuerda y a vivir un
nuevo día. Del mismo modo que tú luchas por seguir adelante allí, yo debo
luchar por seguir adelante aquí.
Pero hoy es domingo y esta mañana no
me he dado cuerda. (...) "¿Cuántas decenas, no, centenares de domingos
como éste me quedan por vivir?", me pregunté. "Domingos tranquilos,
apacibles y solitarios", dije en voz alta. Los domingos no me doy cuerda.
Haruki
Murakami,
Tokio Blues.
Tokio Blues.
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