19/5/15

Huellas literarias XLVII

            "A decir verdad, creo que conocí a M cuando tenía catorce años. En realidad no fue así, pero aquí lo daré por hecho. Nos conocimos en el colegio a los catorce años. Debió de ser en clase de biología. Estaban hablándonos sobre los amonites, los celacantos o algo por el estilo. Ella estaba sentada en el pupitre de al lado. Yo le dije: «¿Podrías pasarme la goma, si tienes? Es que he olvidado la mía», y ella partió su goma de borrar en dos y me dio un pedazo. Sonriendo. Y, literalmente, en ese mismo instante tuve un flechazo. Ella era la chica más guapa que jamás había visto. O eso pensaba yo entonces. Así es como quiero ver a M. Quiero imaginar que nos encontramos por primera vez en un aula. Por la abrumadora y subrepticia intermediación de los amonites, los celacantos o lo que quiera que fuese. Y es que al imaginarlo así, muchas cosas encajan a la perfección. (...)

            Pero luego M desaparece de pronto. ¿Adónde habrá ido? La pierdo de vista. Algo ocurre y, en el preciso instante en que miro hacia otro lado, ella se va sin más ni más. Cuando me percato, ya no está, aunque un rato antes se encontraba ahí. Quizá algún astuto marino la haya engatusado y se la haya llevado a Marsella o a Costa de Marfil. Mi desesperación es más profunda que cualquier océano que hayan podido surcar. Más profunda que cualquier mar, guarida de calamares gigantes y dragones marinos. Me aborrezco. Ya no creo en nada. ¡Cómo es posible! ¡Con lo que me gustaba M! ¡Con el cariño que le tenía! ¡Con lo que la necesitaba! ¿Por qué tuve que mirar hacia otro lado?

            Pero, por el contrario, desde entonces M está en todas partes. Puedo verla en cualquier sitio. Sigue ahí, y la veo en distintos lugares, en distintos momentos, en distintas personas. Me doy cuenta. Yo metí la mitad de la goma de borrar en una bolsa de plástico y la llevé siempre conmigo. Como una especie de talismán. Como una brújula que marca el rumbo. Si la llevaba en el bolsillo, algún día encontraría a M en un rincón del planeta. Estaba convencido. Lo único que ocurría era que se había dejado engañar por las sofisticadas lisonjas de un marinero que la embarcó en un gran buque y se la llevó a tierras remotas. Porque ella era una chica que siempre procuraba creer en algo. Una persona que no titubeaba a la hora de partir una goma en dos y ofrecerte la mitad".




H. Murakami,
Hombres sin mujeres.

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