28/6/12

Ecos en la oscuridad


"Loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha perdido todo, todo, menos la razón",
Gilbert Keith Chesterton.

            Su llanto se te antoja como dagas clavadas en tu consumido cuerpo. Cuerpo marchito y herido, como cada una de las lágrimas que él vierte. Y no sabes qué hacer para consolarle(te), pues cada nana suena hueca.

            Hay un agujero en tu garganta que te impide, mujer, con dulces palabras calmar al niño que un día salió de tus entrañas; tus manos parecen cubiertas por estopa, ya no hacen que tu hijo deje de llorar con tus caricias, antes suaves y dulces, ahora frías. Él se despierta cada noche, pero tú apenas consigues que tus párpados lleguen a caer, hace mucho que dejaste de soñar; estás alerta, los monstruos se esconden en la oscuridad y os observan, rondan a sus presas sedientos de robaros cuanto os queda. Temes que te arrebatemos al niño que llora en su cuna, que se remueve entre sus mantas manchadas de dolor y miedo.

            No eres consciente de nada. Tu hijo llora, te necesita, y tú tan siquiera consigues respirar con normalidad; estás aterrada, intentas esconderte bajo esas mantas que se han convertido en tu más necesitado refugio, fundirte quizás con el colchón y desaparecer del mundo. ¿Quién es el cobarde ahora? Te observamos y lo sabes, docenas de ojos te escrutan en la oscuridad en la que vivimos, incluso puedes sentir nuestro aliento gélido, pero no te atreves a salir de tu escondrijo. Él llora, grita. Un perro ladra a lo lejos, los árboles se mecen con violencia gracias al viento nocturno y sus ramas azotan las ventanas, pero tú no despiertas de la pesadilla en la que te has sumido.

            No nos alimentamos de él. Ni de ti. Tus miedos son los que nos hacen visitarte cada noche, mujer; nos hacemos más fuertes en las sombras que te abrazan y cobijan. ¿Cuánto tiempo podrás seguir así? Te consumimos. Ya no amamantas a tu hijo, sino a nosotros.

            Y él sigue llorando en la oscuridad, en una cuna que ya no se mece para consolarle. Tus cantos se han perdido, se han ido volando con el viento que hiela tu cuerpo, vivo pero muerto. Te alzas, marchita, pero al posar un pie en el suelo algo te aferra; caes, te sientes arrastrada a la oscuridad de la que nosotros provenimos. Ya no luchas, no te resistes a que te devoremos. Junto a ti crees ver esa sonrisa, sus ojos oscuros tras algún rizo rebelde, el rostro de aquel hombre, padre de tu pequeño, que se marchó sin mirar atrás; pero no. Estás sola.

            Tus ojos caen lentamente, vencida. El llanto de tu hijo es lo último que llegas a escuchar en la distancia, como un lejano eco en el tiempo. Sonríes, él está contigo en la oscuridad de tu locura. Amarga locura.

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