—Vives al lado del mar —dijo Sacromonte tras observar el gesto de ella al introducir
los pies en la arena —.
Te gusta el mar. Pero hace demasiado que no te paras a escucharlo. Sí,
tú me desataste. Pero fue el mar quien me trajo hasta tu orilla. —Él miraba a lo lejos. A esas horas de la tarde el mar,
reflejando los tonos naranjas del cielo, parecía arder. — Mar,
destino, fortuna, dioses... Rameras caprichosas que juegan con nosotros.
Ella le
escuchó en silencio, mirándole por el ligero rabillo del ojo. Quizás ese hombre
no estaba tan loco como pensaba, o lo estaba aún más si cabía. No rompió el
silencio, se paró entonces a escuchar el suave chocar de las olas contra la
arena de la playa, con los ojos cerrados y salitre en el corazón.
Como un mar, alrededor
de la soleada isla de la vida,
la muerte canta noche y día su canción sin fin.
la muerte canta noche y día su canción sin fin.
—
Rabindranath Tagore.
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