Por @_Empipat
Pedí el café mientras buscaba un taburete vacío en la barra. Intercambié
el saludo con los habituales y tomé asiento casi de memoria, ajeno a mis
compañeros más cercanos. Saqué el móvil en otro gesto automático de la lista de
gestos automáticos inútiles que interiorizamos involuntariamente y que nos
dejan en evidencia ante acciones mucho más sencillas que somos incapaces de
realizar sin concentrar toda nuestra atención en ellas. Lo coloqué sobre la
barra y empecé a repasar los mensajes. No sé si fue el ruido que hizo el
camarero al dejar el café ante mí o si fue algún otro tipo de señal, pero algo
me distrajo de la lectura y capté tu mirada en mi pantalla. Dirigí la mirada a
mi derecha buscando tus ojos pero en el ascenso me enredé en tus labios y en
esa casi imperceptible punta de lengua que asomaba, húmeda, entre ellos.
¿Cuánto tiempo estuve así? Perdí la noción y me entregué a la arriesgada
aventura de pasear por el filo de tu boca, con un miedo terrible a caer y
precipitarme hacia el vacío desconocido del deseo. Y estando así, ajeno a mi
café frío y al led parpadeante de mi móvil, sonreíste. Fue una sonrisa ligera,
casi inapreciable, una leve curvatura en la que recogiste la lengua y
congelaste mis párpados. No pude más que alzar lentamente la vista, soportando
el peso de la vergüenza de verme sorprendido, y buscar tus pupilas, que también
sonreían, cómplices. Volví al móvil y vi tus labios allí; sorbí café como si
los besara y sentí que despertaba cuando recogiste el bolso y te levantaste.
De tus dos salidas posibles, elegiste bajar por tu izquierda. Quizá fue
una elección inconsciente, tal vez uno de tus movimientos automáticos sin
ninguna intención; pero yo quise ver tus ganas de acercarte. En esos escasos
segundos en que casi pude sentir el tacto de tu piel bajo la blusa, te soñé
mostrándome los laberintos de tu cuerpo, respirando entrecortada sobre mí,
dejándome resbalar entre tus muslos llenándote de mí. Te dirigiste hacia la
caja con paso firme y una parte de mí te acompañó, bailó junto a tus caderas, durmió
en tu ombligo y trepó por tus pechos prietos y por tu cuello, mientras te
deslizabas dentro del abrigo. En un gesto despreocupado, mientras hablabas con
la chica de la caja, te volviste hacia mí y me regalaste de nuevo una sonrisa,
esta vez más relajada, y me fundí en el taburete. Acabé el café helado mientras
te veía salir del bar y corrí a la caja. Mientras esperaba mi turno, repasé los
últimos diez minutos y supe que tenía que hablar contigo. Aún no sabía para
qué, pero esa idea anulaba cualquier otro razonamiento. Estaba sacando el
portamonedas cuando la cajera me dijo que ya lo habían pagado y me precipité
hacia la calle. Miré a un lado y a otro y no te vi. Sopesé elegir una dirección
y correr a buscarte pero me supe absurdo. Entonces, saqué el tabaco y sonreí.
Desde aquel día, cada vez que bajo a tomar el café, una parte de mí te busca en
la barra. Nunca estás. Entonces, me siento en cualquier sitio, saco el móvil y
leo mensajes. Y sonrío, ahora siempre sonrío.
Me ha gustado, quizá muy directo hacia el deseo físico, pero el final realmente bueno, y el estilo. Buen uso de la coma. Fluido, sencillo y elegante.
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