12/7/13

Cuento desteñido



            Érase una vez una sábana enamorada. Fue un flechazo, de esos de película: ella le miró a él, él la miró a ella (pensando si combinaría con las paredes). No hubo cenas románticas ni paseos por el parque; su primera vez fue mágica, intensa. Él durmió toda la noche abrazado a ella, impregnándole su aroma. Y así pasaba las noches, velándole los sueños y ahuyentando sus pesadillas. Cuando llegaba cansado del trabajo, la cama era su refugio más ansiado y la sábana le abrazaba con tantísima fuerza que él caía dormido entre sus brazos. Le amaba.

Eran felices, excepto cuando la cambiaba por otras sábanas y ella acababa en el cesto de la ropa sucia, esperando turno. Entre suavizante y calzoncillos, la sábana lloraba dando vueltas en el tambor de la lavadora; sus lágrimas siempre desteñían. Pero ella le perdonaba cuando volvía a elegirla, su favorita, para dormir contra su piel y abrigarle en las noches de primavera.

Una aciaga noche, él salió con los amigos. En su inanimada existencia, la sábana le dijo que tuviese cuidado y que no cogiese el coche si bebía. Dieron las cuatro y las cinco de la madrugada, la sábana le esperaba despierta, ya preocupada. De repente la puerta se abrió y ella suspiró, aliviada, hasta que le vio. De sus labios bebía una muchacha mientras sus manos ya se habían tomado todas las licencias habidas y por haber;  tras ellos se dibujaba un rastro de ropa fruto de la pasión y el desenfreno. Y la sábana, entre jadeos ahogados y bebiendo su sudor, les vio hacer el amor durante toda la noche.

A la mañana siguiente la sábana, aún entre amargas lágrimas,
amaneció blanca.

2 comentarios:

  1. He leído pocas entradas aún, pero es tan intenso que ya no puedo despegarme del blog. Gracias por compartirlo.

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