Pasos.
“Ahí viene”. La puerta se abre y ella, tomando aire que aguantar en su pecho,
se gira hacia él desde el escritorio en el que lleva horas sumida en su eterno
trabajo universitario. Y él empieza a hablar. A gritar más bien. Pero ella ya
ha puesto el interruptor en Off. Su cabeza repite una y otra vez un “blablabla”
que, por desgracia, no consigue quedar por encima de las palabras hirientes que
vocea frente a ella. Porque él ha tenido un mal día, siempre es eso, y los
problemas siempre se cuelan en la mochila de trabajo, y siempre vuelven a casa
con él.
Y
él sigue gritando, pero ella no asiente. No habla. Porque sabe que si despega
los labios terminarán mal. Sumisa, espera a que él suelte toda la rabia
acumulada en sus horas laborales para después ser quien trague tanta mierda
esparcida a su alrededor. La agonía se hace cada vez mayor, pero no muestra
ningún síntoma. No volverá a verla llorar. Pero quizás sea cierto todo lo que
le echa en cara, porque nadie sale en su defensa. Nunca.
Y
él, porque siempre es él el sujeto activo, se marcha dejándola con un nudo en
la garganta que le impide respirar. Ella se vuelve a girar hacia la pantalla
del ordenador. Su semblante congelado se ve roto por el brillo lloroso en sus
ojos, hasta que un par de lágrimas resbalan con la agitada respiración en su
pecho. Se las seca. No quiere llorar. Ella siempre es y será complemento
indirecto.
Un saludo tu escritor y amigo de twitter.
ResponderEliminarhttp://davidfouler.blogspot.com.es/
Muy bueno.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la metáfora tan realista.
Especialmente aquello de:
"Pero quizás sea cierto todo lo que la echa en cara, porque nadie sale en su defensa. Nunca."
Qué fácil es convencer a alguien de que tiene la culpa de algo, es la mala o el malo, cuando ni siquiera hay argumentos reales. La simple repetición de sandeces termina generando una creencia. En fin.
A la mierda todo.
ajaja
Breve pero intenso ;)
Grande. Las palabras ahogadas son las que nos dejan más afónicos.
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