28/10/12

Servicio a domicilio Z



Cada día a las 07:15 a.m. el despertador, aquel pequeño diablillo con mala hostia, boceaba tres contundentes pitidos antes de que David le silenciase con un golpe seco sobre su lomo. La rutina del quinceañero era bien sencilla: se levantaba y, sin molestarse tan siquiera en levantar las persianas, se ponía las mismas ropas que el día anterior sin mirarse tan siquiera en el espejo. Nunca desayunaba ni se molestaba en adecentar la casa, ya lo haría su madre a la vuelta del trabajo. El muchacho echó varios libros al azar en la mochila y se la cargó a uno de sus hombros, dispuesto a sacarlos de paseo otro día más, porque en el instituto poco uso les iba a dar.

Eran las 07:37 a.m. cuando David cogía las llaves y cerraba la puerta de casa sin mucho cuidado, haciendo que el eco del golpe resonase en los rellanos de todo el edificio. Vivía en un 4º piso, pero tal era su vagancia a esas horas (y en las veintitrés restantes) que prefería llamar al ascensor en lugar de bajar por las escaleras. Podía escuchar chirriar los engranajes que elevaban la cabina lentamente tras su llamada, y David sabía por el sonido por qué piso iba el ascensor. “Segundo” pensó mientras se abrochaba la sudadera dos tallas más grandes, “tercero” en el momento en que se escondía los cordones de las zapatillas bajo la solapa. No había terminado cuando el ascensor se paró en su piso y la puerta se abrió con un quejido metálico. Para cuando David quiso alzar la mirada, ya era demasiado tarde.


***


Los gruñidos del zombie se entremezclaban con los sendos mordiscos con los que arrancaba la piel a su vecino del séptimo. La cabina del ascensor estaba cubierta de sangre y vísceras del pobre infeliz, cuyo destino se vio truncado cuando se encaminaba al trabajo y al llegar al último piso se encontró con el Z, antaño el portero del inmueble. Una vez arrancada la vida de su presa, el zombie se enfrascó en un buffet libre hasta que las puertas del ascensor se cerraron repentinamente tras de él y la cabina se empezó a elevar. Como un animal preparado para atacar, el Z se puso en pie de forma vacilante, tambaleándose con el movimiento del ascensor. Por un instante sus ojos amarillentos se encontraron con los de su reflejo en el espejo manchado de manos y salpicaduras de sangre; le habían arrancado de un mordisco parte de la piel en su mejilla y mandíbula derecha, por donde asomaba algún bocado reciente. Su rostro estaba manchado de sangre fresca que goteaba por su barbilla. Pero no se reconocía. Y repentinamente la cabina se paró. El zombie olisqueó el ambiente a medida que las puertas del ascensor se abrían y al otro lado un distraído David se terminaba de colocar los cordones. Un gruñido hambriento emergió de la garganta del Z que se volteó sobre sus propios pasos para dar con la mirada del muchacho. David tan siquiera tuvo tiempo de reaccionar o sorprenderse ante semejante escena cuando el zombie se abalanzó sobre él.

El muchacho, en un acto reflejo, lanzó su mochila cargada de libros contra el zombie que ya contaba de por sí con poco equilibrio, haciéndole caer al fondo de la cabina impulsado por el peso de la mochila. David aprovechó la oportunidad para sacar las llaves de su bolsillo y así poder refugiarse en casa, aunque su tembloroso pulso le puso las cosas difíciles en su búsqueda de la llave correcta entre tanto llavero inservible. El Z, más furioso que nunca, se arrastró en el ascensor sorteando el cadáver del vecino que comenzaba a moverse con ligeros espasmos nerviosos. David daba una vuelta a la llave en la cerradura cuando el zombie se ponía en pie en el rellano y se abalanzaba a por él con ferocidad. La puerta cedió bajo el peso del muchacho, para entonces ya podía oler el hedor de su aliento cayendo sobre su nuca; consiguió pasar al interior de la casa e intentó cerrar la puerta mientras el Z empujaba al otro lado  y colaba los brazos por el hueco que quedaba. David empujó con todas sus fuerzas y por fin se cerró con un eco sordo a la par que escuchó un peso muerto caer al suelo seguido de líquidos espesos; había partido el brazo del zombie a la altura del codo y la carne putrefacta se había desprendido. El antebrazo del Z se removía a los pies de David con ligeros espasmos en un charco de sangre oscura. Se quedó unos instantes en el sitio, apoyado contra la puerta mientras su corazón latía con fuerza, sentía que le faltaba el aire. Podía escuchar al otro lado los gruñidos del zombie, y cuando se asomó por la merilla vio a éste arañando la puerta con ansia mientras, por la cabina del ascensor, emergía otro Z arrastrándose por el suelo e impregnándolo todo de sangre a su paso.

David tragó saliva y observó a su alrededor, la casa oscura y vacía auguraba una paz que en aquellos momentos le supo a gloria. Repentinamente un pensamiento cruzó fugazmente la cabeza del muchacho, que se lanzó a su habitación en una carrera desenfrenada. Cuando subió la persiana lo comprobó con sus propios ojos: un incendio a lo lejos, gritos cercanos, coches parados en mitad de las carreteras. Gente huyendo de aquellos seres, mientras otros eran devorados por decenas de ellos. El caos reinaba en la ciudad. Ahora la calle era de los zombies, y estaban más hambrientos que nunca.

2 comentarios:

  1. He empezado a leer y me ha conquistado lo de aquel "pequeño diablillo con mala hostia", es muy de mi estilo. Un placer amiga, sigue compartiendo letras.
    Un abrazo.
    David Fouler.

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    1. Es un placer leerte por aquí, como siempre. Se pega todo menos la hermosura, ¿eh? Jajaja. Un beso enorme.

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